Jorge Di Pascuale - El Testimonio de su hijo Fernando
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El Testimonio de su hijo Fernando
A 22 años de su desaparición
Yo tenía 19 años cuando secuestraron a mi papá. Fue el 29 de diciembre de 1976 a la una de la madrugada. Él era militante peronista, secretario general del sindicato de Farmacia. Entraron ocho tipos de civil saltando una tapia y había otros ocho afuera. Vivía con su segunda mujer y un hijo de 6 años. Había dudado en ir a la casa, pero el 28 era su cumpleaños. "No vayas, Jorge" le dijo un compañero. Fue. Estaba podrido de andarse ocultando.
Él era así. Antes se había exiliado en Venezuela, no aguantó y se vino en 1975, cuando la Triple A. Todos los viernes llamaba por teléfono al sindicato desde Caracas para hablar con mi vieja y acá le decían que la situación no estaba como para que volviera. Un día manda un telegrama con la fecha de su regreso a Buenos Aires. La lucha está allí, yo voy allá, seguro pensaba. Ahora que estoy investigando estas cosas me do cuenta que él sabía que le iba a pasar. Se seguía viendo con mi mamá y un día del '76 je dijo: "No sé si llego a diciembre, no sé si en cualquier momento desaparezco yo".
En el '57 ganó la dirección del sindicato con la Lista Blanca , así, a pulmón. Mi vieja estaba embarazada de mi hermana mayor, que me lleva un año, agarraban papel de diario, lo ponían en el piso y pintaban "Vote Lista Blanca". Era la época de la "resistencia peronista". También fue candidato a diputado (en Capital Federal) en las elecciones que, en la provincia de Buenos Aires, ganó Framini y anuló Frondizi, en 1962. Fue el candidato más votado. Otros electos cobraron sus dietas. Él nunca las quiso cobrar. La tenía muy clara.
Nunca tuvo auto, el que manejaba era del sindicato. Y siempre hacía una changa para completar, vendía libros a vendía heladeras. Mi vieja también laburaba. Se separaron cuando yo tenía 5 años. Y la señora con la que vivió después también trabajaba. Yo disfruté a mi viejo, es la gran diferencia con los otros hijos que no tuvieron la posibilidad.
En diciembre del 76 yo trabajaba en una imprenta. Era el 29 y estábamos por festejar el Año Nuevo cuando viene un amigo y me dice que habían secuestrado a mi viejo. La noticia había salido en Crónica de la mañana. Llamé al sindicato y me lo confirmaron. Me agarró una angustia total. Para mí era un secuestro, iban a pedir rescate. Porque lo máximo que le podía pasar a un militante hasta entonces era comerse una paliza en una comisaría o estar preso, un año, como estuvo mi viejo una vez. Estuvo preso muchas veces, me acuerdo de cuando lo visitaba en Caseros. Él la veía venir. Ya habían secuestrado a un amigo y él lo buscaba por todos lados. Un día me dijo: "Si a mí me llega a pasar algo, quiero que sepas que yo ni peronista, ni radical, yo estoy con el trabajador y con el pueblo y con nadie más". Por lo que escuchaba en casa y la herencia peronista, yo sabía que la mano venía pesada, pero nada más.
Cuando me dicen que lo secuestraron para mí fue toda una novedad, para mí la desaparición era algo novedoso, no sabía que era eso. Ni por casualidad me pasó por la cabeza que se estaban haciendo las cosas que se hicieron. Es más. Para mí la palabra desaparecido está mal empleada. No existe la desaparición de una persona. Lo que hacían los milicos era secuestrar. ¿Cómo desapareció? Nadie desaparece.
La segunda mujer de mi viejo me contó como fueron las cosas. Estaban la señora, el hijo durmiendo y una tía de la señora, todos acostados. Él en pijama. No podía escapar por ningún techo como hacían en el sindicato de la calle Rincón , que venía la cana y empezaban a escaparse todos por los techos, hay anécdotas espectaculares, caían en una lavandería cercana, se metían debajo de las sábanas y uno los sacaba en carrito, disfrazado de lavandero. Eran otras épocas.
Levantaron a mi viejo. Empezaron a interrogarlo, lo querían rebajar. Así que vos criticaste tal y cual cosa en la Federación de Box, le decían. Si, decía él, dije esto, esto y esto, fue un acto público, está en cualquier diario. Y en el Luna Park, ¿te acordás lo que dijiste ahí?, le decían. Sí les doy y les voy a seguir dando por el resto de mi vida, dijo él.
La patota se robó el aguinaldo de mi viejo, el aguinaldo de su señora, se llevaron un par de sidras calientes, se robaron una radio, normal. A la señora le dijeron que lo llevaban a la comisaría, "no va a haber problema, a las 8 de la mañana está de vuelta". Mi viejo no se la comía ni por casualidad. Dice: "Quiero saludar a mi señora al menos", se le acerca y le pide que avise a Horacio, un compañero del sindicato. A mí viejo se lo llevan a la una de la madrugada y Horacio estaba ahí a las dos. A las 8 ya había presentado un recurso de habeas curpus. Después, la incertidumbre. Yo iba todos los días al sindicato a ver que se sabía, si lo blanqueaban, si aparecía en Caseros o en Devoto, en una comisaría, en algún lado, así todos los días. Fueron pasando los días, los meses y pasaron los años. Los compañeros del sindicato eran los que se movían buscándolo... Los compañeros golpeaban todas las puertas que podían. Llegaron a la marina y dijeron: "Lo único que queremos es que a Jorge lo pongan en un avión, lo dejen ir y nosotros nos quedamos de rehenes acá por cualquier declaración que él pueda hacer en el exterior sobre este gobierno".
"¿Ustedes están dispuestos a hacer eso?", les dijo el milico, "Eso y mucho más". Le dijeron los compañeros. "Pero Di Pascuale estuvo en China", dijo el milico. Y Horacio le dijo: Él nunca estuvo en China". Y el milico le dice: "¿Me lo va a decir a mí?". Y Horacio: "Yo a usted le puedo decir eso y mucho más y el nunca estuvo en China, estuvo en Cuba enviado por Perón". Perón lo había nombrado su delegado para los países socialistas. Le encargó ir a Cuba y hablar con Fidel Castro, que estaba en la zafra y no lo pudo atender. Entonces lo atendió el Che Guevara. Mi viejo también estuvo en Yugoslavia y otros países.
Durante el 77 fue cuando más se movieron los compañeros del sindicato. Llegaron hasta el Papa, el gobierno militar recibió más de 60 telegramas pidiendo por mi viejo. Horacio entrevistaba a las delegaciones de la CLAT y otras de trabajadores que venían y les decía: "pidan por Jorge".
Mi esperanza era que el viejo algún día iba a aparecer, que lo iban a largar, a blanquear, siempre la esperanza fue esa. Hasta ayer. Este año tomé conciencia de que lo habían matado. Un compañero de trabajo me había dicho que a mi padre lo torturaron mucho, que se ensañaron con él. Por qué querés saber, me preguntó. Le dije que quería saber quién lo mató, cómo, dónde estaba su cuerpo, darle una cristiana sepultura. Fue un coronel, me dice. Yo pensé que moría en ese momento.
Recién este año me di cuenta. Siempre pensé que seguía preso, no lo veía en el exterior sin avisarnos, no era su estilo.
A mi viejo lo secuestraron gente de Camps y lo llevaron a "el banco", allí lo vio un sobreviviente. Animaba a los detenidos ante tanto horror, que él mismo padecía.
En el año 77 o 78 viene al sindicato una mujer diciendo que la hija había estado desaparecida con mi viejo, que mi viejo la ayudó, la consoló, le decía que con ella se habían equivocado, que iba a salir en 15 días y lo único que le pidió es que avisara a los muchachos del sindicato que lo había visto. La chica había quedado aterrorizada, es la madre la que va al sindicato y cuenta que no sabe dónde, pero que su hija había visto a mi viejo con vida.
Consigo el teléfono y voy a la casa, me recibe la madre y cuando la chica aparece, no sé lo que sentí, le miraba los ojos y pensaba que con esos ojos había visto a mi viejo. Ella no sabía dónde había estado. Le empecé a pedir detalles. Me dijo que el lugar era una sala muy grande dividida por una reja, de un lado los varones, del otro las mujeres. Que era como un sótano, porque la habían hecho bajar.
Me contó que mi papá caminaba como un viejito de tanta picana que le habían metido en los testículos, que sentía un dolor muy grande en la espalda. Le pregunté como estaba él psicológicamente. "Bárbaro", me dijo. Cuando la llevaron al campo la metieron en un buzón, uno de esos calabozos tan pequeños que uno tiene que estar parado, y lloraba. Lloraba y en eso escucha que del otro lado le preguntan porque lloraba y siente, me dice ella, como si hubiera sido la voz del padre, una voz que le dio una gran tranquilidad. Era mi padre... Tenía el casco pelado y en las sienes el pelo blanco y ralo. La cosa me mataba. Me pasé dos días llorando.
Levanté el ánimo y con los datos de la chica fui a antropólogos... luego fui con ella y le hacían preguntas mucho más específicas, por ejemplo si había alguien interior... Le preguntan por las entradas y salidas de prisioneros durante el período que ella estuvo. También por el sistema de tortura. "Los interrogatorios eran por la noche -dice ella-, me acuerdo que un día trajeron al papá de él y lo tiraron contra la pared todo ensangrentado, muerto de frío". Se dio cuenta de que yo estaba delante y dijo: "Discúlpame".
Yo sentía que me estaba muriendo. "Lo tapamos con frazadas -siguió ella-, lo curamos, pero estaba bien". Me quería convencer de que estaba bien. Le siguieron haciendo preguntas, si escuchaba ruidos de aviones o de autos, si cuando la sacaron el camino era de tierra. Ella escuchaba movimientos de autos. Los antropólogos entrecruzaron la información con la que tienen y le dicen que había estado en el Vesubio y a Principios del 77.
Me voy a casa, miro mis libros y veo que la única casa con sótano del Vesubio era la 1. En el croquis había la indicación "acceso al sótano" y justo al lado decía "estacionamiento". Se empezó a armar el rompecabezas. Para mí el viejo estuvo en la casa 1. Lo tuvieron solamente un mes, porque la chica salió a mediados de febrero y dijo que a él lo trasladaron 15 días antes. No sé si ahí lo "trasladaron" a la muerte o lo llevaron a otro centro clandestino.
Voy a seguir investigando. Creo que puedo hacerlo porque asumí que mi papá se murió o lo mataron, si no, nunca hubiera iniciado esta investigación. Es muy difícil. Cuando salí del local de Antropólogos después de escuchar que a mi viejo lo tiraron ensangrentado y muerto de frío, lloré y lloré y no podía parar. Lloré dos días. Al tercero estaba de nuevo en la brecha. Es curioso, porque suelo empezar algo y dejarlo, pero con esto no. Me pincho porque es normal que me pinche y llore, pero después me pongo las pilas automáticamente y salgo a averiguar.
En una reunión de HIJOS pregunté a los chicos si querían saber que había pasado con sus padres y les propuse ir a la Asociación de ex detenidos-desaparecido con fotos de los padres para ver si alguno los reconocía. Todos me dijeron: "Vamos". Pero no dijeron: "¿Cuándo vamos?". Pensando en lo que me había pasado a mí, me pregunté si los chicos estaban en condiciones de saber realmente. Porque hay dos maneras de saber la verdad. Una cosa es saberla de a poco y otra es saberla de golpe, como me pasó a mí cuando me dijeron: "Yo sé quién mató a tu viejo". Pensé que me volvía loco en ese momento. Y si los chicos no preguntan que pasó con sus padres secuestrados es porque saben que todavía no les llegó el momento de hacerlo.
Quiero encontrar los restos de mi padre y darle sepultura. No sé como voy a reaccionar si lo encuentro, hasta dónde me va a dar la cabeza. Lo velaré en el sindicato. Tenía pasión por el sindicato. Cuando se separó de mamá me venía a buscar los sábados y me llevaba al sindicato. Jugábamos a la pelota en el salón de actos, con cuatro sillas hacíamos los arcos, sacábamos afuera las demás y las mesas y nos matábamos a pelotazos. Él vivía en el sindicato. Fuéramos a donde fuéramos, el siempre tenía que pasar por el sindicato, entraba, miraba papeles, no sé que hacía, pero siempre tenía que pasar por el sindicato, sábados, domingos, feriados, todos los días. El sindicato era su morada, lo suyo, su pasión.